martes, 15 de marzo de 2011

LA NUEVA BARBARIE. TEORÍA CRÍTICA.

Con la puesta del primer sol se escuchó el primer grito de auxilio. La bestia humana huyó y se refugió en sus cuevas. En sus dioses. Generó una imagen, un nombre, y sobre todo una forma de acercarse a todo aquello que le era desconocido. Así, poco a poco fue hilando su historia, a partir de mitos y fantasías. Construcciones de compleja articulación que se mantuvieron vivas por demasiado tiempo. Carcomiendo día con día, un pequeño fragmento del ser humano, de todos ellos. Como culto a la oscuridad crecíamos y con miedo fuimos adjudicándonos un valor que no nos correspondía. Al ficcionalizar el entorno, nos fue aún más fácil ficcionalizar nuestra posición dentro de él como reyes legítimos. Así, poco a poco nos alejamos de la búsqueda inicial al mentir y afirmar que conocíamos el destino final y que ahí, nos estableceríamos lejos de todo mal. Somos una raza, una especie, un conjunto de desiguales, que huimos juntos, pues todos fuimos presa del mismo terror. Siendo esta nuestra situación común, sencillamente callamos el verdadero nombre de nuestra razón de ser y le cambiamos el rostro. Varias veces. Nos acariciamos con el progreso, con el abuso del Poder. Poder sobre todas las cosas, sobre todos nosotros. Silenciosamente, todos y cada uno de nosotros, firma estar de acuerdo con la mentira, con nuestro primer llanto de vida.

Kant. Declara la libertad de mente, y declara todas las mentes como terreno válido para cultivar pensamiento. Jamás pensó que esto llevaría a la racionalización de las semillas, y que les pondría un precio. Lo maravilloso del asunto es que el valor original de la Idea no ha cambiado. Lo que cambió fuimos nosotros. Dentro de nuestra búsqueda por un refugio ante las adversidades bestiales hemos degenerado a una Nueva Barbarie. Peores que nuestros originales, en vez de temer lo desconocido lo negamos. Eso es un paso atrás. Es un temor por aceptar el caos inminente. Es nuestra inhabilidad por ordenar el caos. Es nuestra vanidad. Es vivir en negación. Es nuestro temor a aceptar la futura experiencia como algo totalmente aleatorio. Valor fundamental que precisamente ha sido mal valorado. Ingeniosas instituciones han surgido con el fin único de delimitar la experiencia. Obligarnos a vivir lo vivido, a pensar lo pensado, a pintar lo ya muchas veces pintado, a cantar el himno que ayer cantaron. Dentro de ellas, claramente se ha permitido la rebeldía, pero aún así, dentro de ciertos límites. Incluso dentro de nuestra búsqueda por emancipación establecemos límites. Estos son síntomas de una enfermedad global aún no sistematizada. La libertad de mente ha degenerado en una enfermedad demente. El cultivo mental se pudre. Vivimos en un círculo que juramos es una línea, y siempre negándolo, regresamos al punto de partida, cada vez con menor experiencia. Hace falta un vistazo al mundo. Pues fuera de nuestras mentes, el curso real de las cosas se sucede, y hemos llegado al vicio. Somos hijos de nuestros temores. Hemos llegado definitivamente al lugar del cuál supuestamente nos alejamos. Vivimos controlados por nuestro miedo. Fingir fortaleza únicamente resulta en más debilidad. Pero existen medios de compensación.


Hemos caído en lo que Adorno y Horkheimer bautizaron la auto conservación automatizada. El control del individuo lo aleja de la libertad de volverse contra sí mismo, contra la consciencia de los hombres. No hemos logrado controlar nuestro Temor. Pero el pesimismo es parte de este temor. No debemos negar la infinidad de posibilidades, y aspirar, aunque sea contrario a lo obligado, aspirar por una nueva imaginación. Capaz de ilustrar. Somos una generación salvaje, pero no tanto. Es necesario bestializar el sentido un poco más. Agudizar el sentido común. Obligar la búsqueda de la experiencia. El adicto es adicto, pues teme una nueva experiencia, que lo asuste más que la anterior. Es por esto que adora su autodestrucción, pues genera una satisfacción asegurada.

Como todo adicto, buscamos cada vez mejor calidad. Mayor cantidad. Esto sucederá hasta aceptar la situación de adicción. Hasta entonces, nadie realmente ofrecerá la Otra opción. Pero no hay por que glorificar la existencia, menos en el siglo veintiuno. Somos una generación salvaje. Hemos logrado amputar la cabeza del cuerpo. Hemos logrado separarnos del entorno. Hemos logrado controlar el tiempo. Hemos logrado anular el temor y aquí somos felices, siempre dudando pero jamás temiendo. No hace falta saber lo que ayer se supo, pues carece de sentido hoy. No pienso, me divierto. No hace falta sentir por los de ayer, pues hoy es distinto. No siento, me divierto. No hace falta hacer lo que ya se hizo ayer, pues hoy tengo todo a mi alcance. No vivo, me divierto. No temo. Pero existe quien no se divierte, existe quien sabe que no vive. Existe quien quisiera poder imaginar lo que hizo falta hacer ayer, pero hoy no tiene nada a su alcance. Existe quien quiere saber. Lo que se supo ayer. Lo que se sabe hoy. Existe quien quiere saber lo que se sabrá mañana. Existe la Otra opción. Pero ésta como todas, ofrece un principal Temor. Que ha de interponerse entre la imaginación y la transformación. En este caso es el temor a la organización, y así sin más, recae en su ciclo de adicción. El visionario temeroso ha ser catalogado, cae al catálogo como única búsqueda de respuesta. Incluso la inspiración es inseminada artificialmente. Somos una generación salvaje.

Hace falta volver a plantear la pregunta inicial. Para volver a trazar la ruta para alejarnos de la Barbarie. Debemos aceptar la realidad. Lo único que hemos logrado es establecer nuestros puntos de comodidad. Esto es peligroso. Pues una bestia en reposo se levantará con hambre. Han sido ya dos mil años de reposo y somos ahora más salvajes que nunca. Somos ahora más capaces que nunca, pues así como conocemos la comodidad, hemos conocido también la debilidad. Pues aunque exista el esfuerzo por negarla, existe la Historia para afirmarla. De esta barbarie debe surgir una nueva barbarie, capaz de asumir responsabilidad, madurar y enfrentar la oscuridad. Teniendo como único medio la expresión. La explosión y desintegración de la soledad. Masificar la necesidad. Incitar la búsqueda personal. Debemos negar el progreso. Aceptar el fracaso. Volver a empezar. Utilizar la institución como medio hacia su propia destrucción. La autodestrucción es lo que mejor sabemos hacer. Utilicémosla a nuestro verdadero favor, como emancipación de la adicción. Aceptar el caos y así como Milton alguna vez escribió, aceptar que hemos perdido el paraíso, y recuperarlo. No debemos temer la organización. Somos hijos de ella, pues entonces no temamos, cumplamos y superémosla.


DMT.

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